Mis queridos estudiantes,
Completamos tres semanas de un Paro Nacional sin muchos
precedentes en la historia reciente de nuestro país, sostenido y fortalecido
por la participación activa de miles de jóvenes que, en todo el país, se
movilizan en contra de una clase política que cada vez los arrincona más contra
un callejón sin salida disfrazado de futuro.
Estos jóvenes, muchos de ellos sin la posibilidad de
trabajar o estudiar, han recurrido en algunas ocasiones a responder de manera
violenta contra muchos símbolos que representan todo lo que está mal en el país
y quieren dejar atrás: las vitrinas de los bancos que se enriquecen a cada día
asfixiando a las clases populares; las estatuas de falsos héroes de la patria
que (al igual que Sebastián de Belalcázar y Gonzalo Jiménez de Quesada) han
sido glorificados por siglos, olvidando su verdadero legado de sangre y
muerte.
¿Se puede considerar a estos actos “vandalismo”? Es
posible. Pero hay otros actos de vandalismo aún más graves de los que la clase
dirigente nunca habla: vandalismo es que en uno de los países más ricos en
recursos naturales del mundo haya aún personas (muchas de ellas niños y niñas) mueran
de hambre; vandalismo es que se quieran recaudar 26 billones de pesos del
bolsillo de los más pobres para tapar un hueco fiscal que se podría cubrir con
los más de 50 billones que se pierden anualmente por la corrupción;
vandalismo es que el gobierno le declare la guerra a su propio pueblo y de la
orden a la fuerza pública para que dispare contra personas que reclaman
injusticias que el mismo gobierno ha contribuido a profundizar por décadas (más
de treinta ciudadanos colombianos han sido asesinados por la institución
que debería protegerlos); vandalismo es que las mujeres salgan a reivindicar
sus derechos y sean violadas por agentes armados; vandalismo es, en todo
caso, que la clase dirigente del país esté tan desconectada de la realidad del
pueblo colombiano que no conozcan siquiera cuanto vale un huevo (el alimento
base de la alimentación de todo colombiano).
De estos y muchos otros actos vandálicos que ha cometido
la dirigencia de este país no se habla en los medios de comunicación privados
(Rcn, Caracol, Semana, El tiempo). La estrategia del gobierno sigue siendo la
misma desde los tiempos de la Masacre de las bananeras: defender los
intereses de las grandes corporaciones aún en contra de las necesidades del
pueblo colombiano, utilizando toda la represión de la fuerza pública y tratando
de ocultar la realidad a los ojos de los demás colombianos y la comunidad
internacional.
Sin embargo, esa estrategia vieja ya no les funciona: los
medios de comunicación han perdido credibilidad ante el surgimiento de las
redes sociales virtuales como una nueva estrategia de visibilización de los
ataques sistemáticos del gobierno contra la población que se manifiesta justa y
pacíficamente.
En video han quedado registrados a policías disparando
sus armas de fuego contra jóvenes que difícilmente se defienden con
palos y piedras antes de caer muertos protegiendo hasta el último suspiro los
derechos que les han negado desde su nacimiento. En video han quedado
registradas las mentiras de un presidente que se niega a escuchar las
necesidades populares y saca a las calles al ejército para intimidar a
la población. En video han quedado registrados los camiones llenos de policías
de civil que se infiltran en las protestas pacíficas para generar desorden y
justificar el ataque de los uniformados… y hoy el mundo está viendo la masacre.
Eso debe decir algo de Colombia: el pueblo está despertando y quiere defender
la posibilidad de un cambio aún a costa de su propia vida.
Y es aquí donde empiezan las buenas noticias: la
resistencia popular que completa tres semanas en las calles del país y del
mundo alzando su voz empieza a cosechar frutos positivos. Las protestas
pacíficas de miles y miles de colombianos han logrado en tres semanas de
paralizar el país lo que no se había logrado en varios años de pedir, casi
rogar, al gobierno que escuchara sus justas peticiones.
Una propuesta de reforma tributaria que
amenazaba con empobrecer aún más a la población pobre del país ha caído…
Una propuesta de reforma a la salud que
amenazaba con acabar con los últimos beneficios para el colombiano común
sometido al negocio mortal de las EPS ha caído…
Un ministro de hacienda que quería impulsar
un hurto al bolsillo de los colombianos en tiempo de crisis y pandemia ha
caído…
Una canciller que quería ocultar ante los
ojos de la comunidad internacional la masacre del gobierno contra el pueblo
colombiano ha caído…
Y en esta caída han demostrado su debilidad como gobierno
y han ido cediendo a las presiones del pueblo que lucha pacíficamente en
las calles con arte y cultura y con el arma más poderosa del ser humano: las
ideas.
Con esas ideas los jóvenes, ustedes, las nuevas
generaciones, han logrado arrebatarle al gobierno educación universitaria
gratuita, un nuevo programa de empleo para la juventud y algunos otros
programas sociales que, sin embargo, no son suficientes, porque no es
limosna lo que pide el pueblo colombiano, son derechos, libertades, justicia.
En esta búsqueda, el pueblo colombiano que hasta hace
algunos años se debatía en divisiones y luchas entre sí, ha encontrado el
verdadero significado del Amarillo, Azul y Rojo. Las banderas ondean en las
calles mientras antiguos enemigos se unen en una sola voz: he visto en las
últimas semanas milagros que no pude presenciar en muchos años de luchas
sociales…
He visto jóvenes con camisetas de futbol, que antes se
mataban por sus equipos, abrazados en una sola voz reclamando empleo y salud;
he visto líderes sindicales que antes no se hablaban, levantando pancartas para
reclamar peticiones para el pueblo que son más grandes que sus diferencias; he
visto madres que salen en primera línea con sus hijos a defenderlos de los
ataques de la fuerza pública; he visto mujeres con sus hijos en brazos
liderando las manifestaciones multitudinarias. ¡He visto a Colombia
unida!
He visto cosas que solo creí posible en mis ilusiones de
profesor romántico y ansioso de un futuro mejor para mis estudiantes… y las he
visto hechas realidad. Hoy, por primera vez en muchos años, siento que Colombia
está despertando: despierta porque las riendas de este presente las están
tomando ustedes, los jóvenes, las nuevas generaciones, y lo están haciendo con armas
que la clase dirigente no puede combatir: las ideas, las artes y las letras.
Yo los he visto pintar murales, escribir canciones y poesías, danzar, actuar…
los he visto crear un nuevo lenguaje para Colombia y sólo me resta decirles NO
PAREN DE HACERLO. El país es suyo; a las generaciones antiguas que
gobernaron este país ya les pasó su tiempo y es hora de tomarse en serio la
tarea de inventarse una nueva nación…
Una nación que reconozca las diferentes voces que existe
en nuestro país: una nación para los indígenas que fueron dueños del
territorio antes que los europeos llegaran a robárselas en nombre de un rey
desconocido; una nación para los campesinos que siempre han sido
olvidados por el estado; una nación para los jóvenes que no pueden
estudiar ni trabajar porque los años de malos gobiernos los ha arrinconado
entre la represión y la delincuencia; una nación que reconozca de una buena vez
los derechos de las comunidades de ciudadanos que han sido marginados de la
sociedad sólo por pensar y sentir diferente: una nación para las mujeres,
la comunidad LGTBI, los estudiantes; una nación que no trate como
terroristas y vándalos a quienes reclaman lo que siempre se les ha negado; sus
derechos constitucionales.
Esa nueva nación está al alcance de la mano y es suya,
mis queridos estudiantes. Sólo necesitan reconocer que les pertenece y tomar
cartas en el asunto.
Hemos visto que las ideas son la mejor herramienta para
la construcción del futuro y las ideas se forjan en la educación. Pero No
en la educación tradicional donde el maestro es amo y señor de la verdad; No en
la educación que se limita a repetir de memoria lo que dice una cartilla de
hace veinte años; No en la educación que hace de los nuevos ciudadanos “idiotas
útiles” de las clases dirigentes.
La educación que necesitamos es la de jóvenes inquietos
que no se conformen con lo poco que sus maestros les brinden en clase…
La educación que necesitamos es la que genere un
pensamiento crítico que no busque solamente acumular notas o ganar
condecoraciones por rendimiento académico, sino que persiga mejores condiciones
de vida y una sana convivencia a pesar de las diferencias…
La educación que necesitamos es la que persiga, no
solamente un empleo para ganarse la vida, sino la que exija con todo el poder
de las ideas, un futuro digno para ustedes, sus hijos y todos quienes vengan
detrás de ellos, no importa si piensen o sientan diferente.
Ese país está en sus manos, mis queridos estudiantes ¿Qué
quieren hacer con él?
Finalmente, debo cerrar esta carta con el llamado de uno
de los pensadores más valientes de nuestra historia reciente a las nuevas
generaciones: decía el gran Jaime Garzón
“Si ustedes los jóvenes, no
asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvarlo. Nadie”
Un abrazo fraterno desde las calles,
porque el profe marchando también está educando.
Víctor.